Rodeada por los paisajes únicos del Valle Fértil, se encuentra Baldes de Astica, una localidad donde la vida transcurre al ritmo de la naturaleza, las costumbres y la calidez de su gente. Allí, donde las distancias parecen más largas y los caminos más difíciles, hay quienes eligen quedarse, comprometerse y construir futuro desde las aulas. Una de esas personas es Verónica Páez, docente con más de 20 años de experiencia y actual directora de la Escuela Fray Cayetano Rodríguez.

Nacida y criada en Valle Fértil, Verónica representa el espíritu de la docencia rural. Desde pequeña supo que la escuela era su lugar. Su infancia transcurrió en una escuela rural y su vocación se forjó desde el juego y el aprendizaje en casa, guiada por su hermana mayor, quien fue su primera maestra y modelo a seguir. Recuerda esas tardes interminables como uno de los recuerdos más felices de su vida: no había campana que anunciara el recreo, pero sí mucho amor por aprender y enseñar.

Verónica junto a su madre: su gran pilar. Foto: Gentileza docente

Se recibió a los 22 años y desde entonces su vida estuvo atravesada por la educación. Hoy, a los 42, dice con orgullo que no perdió la pasión que la impulsó en sus primeros años. Viene de una familia numerosa, con once hermanos —uno de ellos fallecido—, cuya memoria aún la acompaña como una estrella que la guía desde el cielo, y sostiene que su mayor pilar es su familia actual: su hija y su esposo, quienes han sido testigos y parte activa de cada paso de su carrera docente.

Una escuela que es todo

La Escuela Fray Cayetano Rodríguez es una institución rural, de esas donde el silencio del campo se mezcla con la risa de los niños. A simple vista, es una pequeña escuela, pero guarda dentro una comunidad entera. Verónica está a cargo de la Dirección, coordina el Nivel Primario y colabora estrechamente con la seño de Nivel Inicial, donde asisten siete alumnos.

“La escuela es muy integrada”, aseguró Verónica a Diario La Provincia SJ, y con eso se refiere a que allí no hay divisiones tajantes entre niveles, sino una convivencia natural entre los más chicos y los más grandes, entre docentes que se cruzan a diario y comparten objetivos, recursos y desafíos. Es una escuela donde todo se comparte: desde una fotocopia hasta un par de zapatillas.

VALENTÍN, ALUMNO DE 4 GRADO. Este año, participaron del acto central y promesa de lealtad a la bandera (En villa San Agustín) Junto a todos los alumnos de 4 del Departamento.

Rutinas largas, compromiso inquebrantable

El día de Verónica comienza temprano. Se despierta a las seis de la mañana en Villa San Agustín y a las siete ya está en camino con los estudiantes, gracias al transporte que hoy les proporciona el Ministerio de Educación y a la RedTulum, que les facilitó mucho los desplazamientos. Antes, ese trayecto era más difícil y costoso, hecho muchas veces por cuenta propia.

El recorrido es largo: primero pasan a buscar a los chicos, luego llegan a la escuela, donde cursan jornada extendida. Al terminar, regresan a dejar a cada niño en su casa y vuelven a sus hogares cerca de las dos de la tarde. Pero el trabajo no termina ahí. Tres veces por semana, por la tarde, Verónica viaja otros diez kilómetros para cumplir su rol como docente del nivel Secundario, donde acompaña a estudiantes de Primero y Segundo Año.

Acompañó a Valentín, Cuerpo de Bandera Nacional y Seño Brenda Tello

Amo lo que hago”, dice sin titubeos. Para ella, la docencia no es simplemente una profesión, es un compromiso diario con sus estudiantes, sus colegas y su comunidad. Asegura que cada paso en su camino ha sido una oportunidad para aprender y crecer, incluso en los momentos más duros, como durante la pandemia.

Pandemia, lluvias y realidades complejas

Cuando el COVID-19 llegó, el desafío fue inmenso. La falta de conectividad en las zonas rurales obligó a repensar la educación. Sin acceso a tecnología, Verónica tuvo que imprimir guías, organizar entregas casa por casa y garantizar que cada estudiante pudiera continuar aprendiendo. No tenía computadora propia y tuvo que improvisar, pedir ayuda y organizarse con lo poco que había. El director de la escuela le prestó un equipo, y entre compañeros se apoyaron para salir adelante.

La pandemia no solo exigió recursos materiales, también la importancia del vínculo humano. Detectar si un niño no había comido bien, si estaba triste o si necesitaba ayuda se volvió parte central del trabajo docente. “El maestro no va solo en los contenidos”, afirma Verónica, convencida de que la mirada integral sobre cada alumno es fundamental, especialmente en las zonas rurales.

Seño Sofi de Nivel Inicial, seño Brenda de Nivel Primario y Verónica a cargo de Dirección.

Las condiciones climáticas también impactan: las lluvias dificultan el acceso a la escuela y ponen a prueba la voluntad diaria de todos los que trabajan allí. Aun así, ella insiste: “Una se va amoldando, aprendiendo a resolver, siempre buscando lo mejor”.

Una escuela viva

Uno de los aspectos más valiosos de su escuela es el clima de respeto que reina en cada rincón. Al ser grupos pequeños, los conflictos de conducta son casi inexistentes. Se trabajan propuestas integradas para que todos los chicos —desde los seis hasta los doce años— puedan participar, incluso cuando las realidades personales y materiales son muy distintas.

En la escuela hay niños con muchas necesidades, pero también hay mucho amor. Verónica recuerda con emoción cómo una simple rotura en las zapatillas de un alumno desencadenó una ola de solidaridad. Bastaron unas publicaciones en redes sociales para que, en pocas horas, consiguieran varios pares nuevos. “Somos pocos, pero somos muy solidarios”, comenta con orgullo.

Con los niños, en el Acto Central- Localidad de Astica.

Hoy, uno de los objetivos de Verónica es conseguir juegos de patio para los chicos. Sabe que el juego también educa, que es una herramienta fundamental para el desarrollo. La cancha actual es de tierra, y aunque los chicos disfrutan igual, sueña con darles más. “Los juegos serán para todos, no importa el nivel”, dice, reflejando su mirada inclusiva y comunitaria.

Más que una vocación, una forma de vida

La historia de Verónica es también la historia de tantos docentes rurales que, lejos de los grandes centros urbanos, sostienen la educación con el cuerpo, con la cabeza y con el corazón. A lo largo de su carrera, pasó por escuelas de Mendoza y San Juan, y aunque las realidades fueron diferentes, la pasión por enseñar siempre fue la misma.

Reconoce que ser maestro es mucho más que planificar y dar clases. Es sentir como niño para poder conectar con ellos, es adaptarse cada día, es dejar una huella en cada estudiante que pasa por su aula.

Escuela Fray Cayetano Rodríguez. Baldes de Astica. Acto 25 de mayo

A lo largo de los años, ha aprendido que no siempre se puede controlar todo, pero sí se puede estar presente. Y eso, en su mundo, lo es todo.

Una estrella que guía

Verónica siempre vuelve al recuerdo de su infancia y de su familia. De los once hermanos, uno ya no está, y su ausencia se ha convertido en una guía silenciosa que acompaña cada decisión importante.

Su hija, desde pequeña, la ha visto organizar actos escolares, imprimir guías a contrarreloj, preparar clases por la noche y recorrer kilómetros cada día. Ella aprendió, como su madre, que el esfuerzo tiene sentido cuando se hace por los demás.

Grupo de Nivel Secundario, Escuela Presbítero Cayetano de Quiroga. Localidad de Usno

Y aunque muchas veces el trabajo no termina al sonar la campana, Verónica sigue adelante. Porque cree en la educación, en el poder de una comunidad unida y en la capacidad transformadora del amor por enseñar.

El camino de Verónica: una vida junto a sus escuelas