En medio del bullicio cotidiano de la peatonal sanjuanina, entre locales, bancos y cafés, una melodía distinta se abre paso entre los pasos apurados. Es el violín de Alejandro Labelath, un hombre de 30 años que encontró en San Juan no solo un escenario improvisado, sino también una respuesta cálida y agradecida del público.
“Yo en realidad soy luthier, tengo un taller en Santa Fe. Arreglo instrumentos, los construyo… pero cada tanto me tomo un recreo”, cuenta Alejandro a Diario La Provincia SJ, mientras acomoda su violín y se prepara para otra jornada a la gorra.
Su historia es la de un viajero con cuerdas en la valija. Hace algunas semanas salió de su provincia natal para visitar amigos en Córdoba, pero se topó con la imposibilidad de tocar en la vía pública. Lo mismo ocurrió en San Luis. Fue entonces cuando el camino lo llevó a San Juan.
“Me vine para esta zona de Cuyo, con lo que gano tocando en la calle me compro la comida, algo para tomar y veo dónde puedo parar“, explica. En la ciudad llegó el lunes pasado y ya piensa en seguir viaje, quizás hacia La Rioja, como quien deja que el destino lo guíe con ritmo de jazz o tango.
Aunque no se considera músico profesional —“toco para mí mismo”, dice humildemente—, su formación comenzó desde chico con el violonchelo. Pero fue con el violín, más liviano y práctico para andar de acá para allá, con el que decidió animarse a tocar en la calle.
“Tenía seis violines que había fabricado y dije: ‘me pongo a tocar’. Y después fue: ‘salgo a tocar’. Así fue que empecé este camino”, relata. Hoy, ese mismo instrumento hecho con sus propias manos lo acompaña a cada ciudad donde va. Y San Juan no fue la excepción.
En la peatonal, los sanjuaninos se detienen, lo escuchan, algunos se animan a pedir un tema, otros le dejan unos billetes en la funda. “Muy buena onda la gente, la ciudad también. Me dicen ‘gracias por venir a ambientar un poco’, y me piden desde folclore hasta Piazzolla. Acá son bastante folcloristas”, señala con una sonrisa.
A Alejandro le gusta el rock, el blues, el tango y el jazz. En su repertorio suenan desde bossa nova hasta temas de Piazzolla, todo con la calidez acústica de un violín callejero. Y aunque se gana unos pesos con la música, su verdadera pasión sigue siendo el taller.
“Estoy escribiendo un libro y quiero seguir construyendo instrumentos. Es lo que más me gusta, soy más del taller que del escenario”, confiesa.
Soltero, sin apuro —como él mismo dice—, Alejandro continúa su viaje con las cuerdas afinadas, el alma libre y el corazón abierto al ritmo de cada ciudad. Por ahora, San Juan lo recibe con aplausos, buena onda y una esquina llena de música.