Yo me vine a Buenos Aires para ser famoso. El mundo va a hablar de mí”, decía Jorge Antúnez, un sanjuanino de 18 años lleno de sueños, risas y ternura. Lo decía en broma, sin saber que esa frase se convertiría en profecía. El 18 de julio de 1994, una bomba en la sede de la AMIA truncó su vida, sus metas y el futuro que imaginaba. Hoy, a 31 años del atentado más cruel que sufrió la Argentina, su historia sigue doliendo y resistiendo desde el corazón de San Juan.

El atentado a la AMIA dejó un saldo de 85 muertos y más de 300 heridos. Fue un ataque terrorista con coche bomba que destruyó la sede de la Asociación Mutual Israelita Argentina en la calle Pasteur 633. Entre las víctimas se encontraba precisamente Jorge Antúnez, un joven que nació en San Juan pero que en 1992 se fue a vivir a Buenos Aires con el objetivo de terminar el secundario y progresar. “Él era un chico muy extrovertido. Vivió en San Juan hasta los 16 años, después se fue a Buenos Aires a terminar los estudios y trabajar. Su sueño era poder ayudar a mis padres, que eran sus abuelos, quienes lo criaron desde bebé junto a su hermana”, contó su tío Gustavo Antúnez a Diario La Provincia SJ.

El fin de semana previo al atentado, se dio una situación muy particular que quedó grabada en la memoria de la familia. El sábado él fue al cine a ver “Máxima Velocidad” y al día siguiente fue al cumpleaños de una de las hijas de Gustavo. “Estaba muy sorprendido con esa película porque ahí se veía que habían puesto una bomba. Dijo que le daba mucho miedo, que a él le atemorizaba todo lo que eran los explosiones. Se quedó impresionado con esa película”, recordó Gustavo.

Jorge Antúnez tenía 18 años y muchos sueños cuando una bomba truncó su vida en la AMIA.

Jorge trabajaba en una confitería ubicada en la esquina de Pasteur y Tucumán, a pocos metros de la sede de la AMIA. Aquella mañana, insistió en ir a trabajar, pese a la recomendación que le hizo Gustavo de quedarse en casa ya que se habían acostado tarde. “Me dijo ‘no, tengo que trabajar. No puedo dejar de ir a trabajar un día lunes porque las chicas de la AMIA me esperan con el café en la mañana. No puedo faltar‘”, rememoró Gustavo las palabras de su sobrino.

A las 9.50 salió a entregar el pedido de café al edificio de la AMIA y a las 9.53 explotó la bomba. La explosión fue de tal magnitud que se sintió a kilómetros. “Yo vivía a 15 cuadras y sentí cómo se movió todo el edificio. Pensé que era un terremoto en San Juan. Al instante sonó el teléfono y me dijeron que ‘voló la AMIA y Jorgito andaba por ahí trabajando’. Salí corriendo”, narró.

Luego agregó: “Cuando llegué ahí, la cuadra estaba llena de escombros, todos los edificios rotos, vidrios y hierros retorcidos, gente gritando, gente que estaba con un brazo menos, una pierna menos gritando. Habían heridos y los médicos que acudieron enseguida, fue muy caótico todo. Y uno desesperado buscando al familiar, los gritos“.

Gustavo Antúnez, su tío, aún recuerda el miedo que Jorge sintió tras ver una película sobre explosiones, dos días antes del atentado. Foto: Diario La Provincia SJ / Maximiliano Huyema.

Una búsqueda desesperada y un duelo sin justicia

Durante siete días, Gustavo y su familia buscaron desesperadamente a Jorge, aferrados a la esperanza de que estuviera vivo: “Recorrimos hospitales, estaciones, incluso los lugares más peligrosos. Pensábamos que podía haber quedado con amnesia. Pusimos carteles con su cara, pero también recibimos amenazas horribles. Nos decían ‘judíos de mierda’, cuando nosotros ni siquiera somos judíos. Fue muy duro”.

Finalmente, el 25 de julio, la SIDE confirmó la noticia. El cuerpo de Jorge había sido hallado entre los últimos escombros removidos. “Me tocó identificarlo en la morgue. Estaba totalmente calcinado. Pude reconocerlo por los dientes y la mano. Solo recuperé el 40% de su cuerpo. Otra parte fue enterrada en La Tablada y el resto… nunca apareció”.

El joven sanjuanino trabajaba en una confitería cercana a la AMIA. A las 9.53 del 18 de julio de 1994, la tragedia lo alcanzó.

Hoy, sus restos descansan en el cementerio de San Martín, en San Juan. “El recuerdo que tengo ahora, 31 años después, es como que se paró el reloj. Yo lo tengo todavía como ese niño de 16 años, con muchos sueños, tenía mucho humor. Era muy inocente para la edad que tenía y él siempre decía ‘yo me vine a Buenos Aires para ser famoso’, ‘Yo voy a ser famoso, el mundo va a hablar de mí‘. Me dijo ‘voy a ser famoso’, y vaya si lo cumplió. Fue famoso, fíjate vos pero por una tragedia. Ése es el recuerdo que tengo de él. Un recuerdo lindo, porque era un chico muy bueno. Era mi regalón”, expresó Gustavo.

Para Gustavo, como para tantos familiares, el paso del tiempo solo profundiza la frustración. “Ya perdí la credibilidad en la Justicia. Los responsables están libres. Algunos, como Telleldín y Ribelli, hasta se recibieron de abogados. Esto es un crimen de lesa humanidad. Es muy difícil de resolver. Ya si no se resolvió los primeros cinco años, no creo que se resuelva nunca. Yo sé que los responsables han sido los iraníes, obviamente pero con mucha conexión local argentina. Y ahí puedo meter en la bolsa un montón de gente desde Menem hasta los Kirchner”, lanzó.

Aunque el grupo terrorista Hezbollah se atribuyó el atentado y hubo señales de una conexión local argentina, las causas judiciales están plagadas de irregularidades. “Nosotros, los familiares, nos vamos a ir de este mundo sin saber quién lo hizo realmente”, finalizó.