San Martín descansó bajo la sombra de un pino tras la batalla de San Lorenzo. Sarmiento compartió tardes enteras con Aurelia Vélez bajo el nogal de Jesús María. Doña Paula tejió junto a su higuera mientras criaba a un futuro presidente. Los árboles no solo dan sombra: guardan memoria, acompañan gestas y silencios, y se convierten en símbolos vivos del paso del tiempo.
Algo de esa mística late aún en el patio de la Escuela Normal Superior Sarmiento, en la Ciudad de San Juan. Allí, desde hace más de un siglo, un Palo Borracho y un Ficus macrophylla se han convertido en testigos discretos de miles de historias escolares: juegos, charlas, primeros amores, actos patrios, recreos compartidos y despedidas.
Un símbolo que crece junto a los alumnos
El Palo Borracho, imponente y lleno de historia, se alza como un centinela que ha acompañado generaciones de estudiantes. Su sombra generosa sigue siendo punto de encuentro, marco de fotos de egresados y confidencias entre compañeros. A pocos pasos, el Ficus extiende sus raíces gruesas, visibles sobre la tierra, como si abrazara con firmeza el suelo de la escuela. Sus ramas también guardan secretos.
Si bien no se sabe con certeza cuándo fueron plantados, se estima que ambos árboles tienen más de 100 años, y han visto tanto como cualquiera de los muros del edificio escolar.
“En el recreo me gustaba sentarme cerca del árbol. Me daba tranquilidad, como si todo estuviera bien”, relató una ex alumna, egresada hace pocos años. Y no es la única. Para muchos, estos árboles no son solo parte del paisaje: son parte del alma de la escuela.
Patrimonio vivo en una escuela con historia
La Escuela Normal Superior Sarmiento fue creada el 27 de mayo de 1879 por decreto del Poder Ejecutivo Nacional, y su primer ciclo lectivo comenzó el 19 de octubre de ese mismo año, fecha que se recuerda como el aniversario institucional. El edificio actual, antisísmico y de estilo académico, comenzó a construirse en 1910, en el marco del Centenario de la Revolución de Mayo, y su majestuosa fachada sobre la Avenida Leandro Alem es parte del patrimonio arquitectónico de la provincia.
En 1999, por Ley 25.186, el edificio fue declarado Monumento Histórico Nacional, por su valor como testimonio de la arquitectura escolar de principios de siglo. Pero más allá del ladrillo y el mármol, también vive en sus patios un patrimonio natural y emocional que no figura en documentos oficiales.
Árboles que enseñan sin hablar
Así como un algarrobo milenario inspiró un poema, o el naranjo de un santo quedó para siempre en los relatos de fe, el Palo Borracho de la Normal y el Ficus del patio se inscriben en esa otra historia que no está en los libros, pero que vive en la memoria de quienes pasaron por sus aulas.
No tienen placas ni homenajes formales. Pero están ahí, enseñando sin palabras, que el paso del tiempo puede hacerse raíz, sombra y refugio. Y que hay historias que no necesitan monumentos para permanecer.