El poeta uruguayo Horacio Ferrer murió a los 81 años de edad de edad, y la noticia fue confirmada por Hernán Lombardi, ministro de Cultura de la ciudad de Buenos Aires. Ferrer fue autor de muchas letras de tangos, entre los cuales se destaca la canción “Balada para un Loco”, “Chiquilín de Bachín” y “Balada para mi Muerte”.
Horacio Arturo Ferrer Ezcurra había nacido el 2 de junio de 1933. En su país fue estudiante de arquitectura y periodista. En su hogar abundaban las bibliotecas, y se dice que su familia había llegado a conocer en persona a celebridades como Amado Nervo, Rubén Darío y Federico García Lorca. Inició estudios de arquitectura, que cursó varios años en la Universidad de la República, pero el tango fue más fuerte. Se incorporó al periodismo como redactor del diario “El Día”, y luego de “El País”, condujo el programa radial “Selección de tangos”, desde donde fue difusor radial del tango y creador de un movimiento de apoyo a las nuevas tendencias que se llamó “El Club de la Guardia Nueva”.
Y fue por esos años ’50 en que se hizo fan por igual de Aníbal Troilo, Horacio Salgán y Astor Piazzolla, a quien con un estilo uruguayo que nunca perdió del todo, más de una vez llamaba Astor, acentuando la “o”. Todavía en el Uruguay, fundó una orquesta de la que fue bandoneonista, creó la revista “Tangueando” y escribió “El Tango: su historia y evolución”, una de las obras importantes para el género. Publicó poesía y se asoció con su compatriota, el guitarrista Abel Carlevaro. Y a fines de la década del ’60, ya reconocido por los circuitos tangueros de Buenos Aires, decidió cruzar el charco y radicarse en la Argentina.
Pese a lo importante de toda la obra anterior, fue en nuestro país donde, por la asociación que haría por muchos años con Piazzolla, su nombre alcanzaría transcendencia internacional. En 1968, hicieron juntos y estrenaron “María de Buenos Aires”, una “operita” que marcó una bisagra en el repertorio rioplatense, más allá del fracaso comercial y de sus valores estéticos intrínsecos.
Pero luego llegarían, ya radicados ambos en Europa y para la voz de Amelita Baltar, piezas antológicas como la “Balada para un loco”, “Balada para mi muerte”, “Chiquilín de Bachín”, “La última grela”, “La bicicleta blanca”, “Juanito Laguna”, etc. También con el marplatense hizo una obra lamentablemente poco difundida, como es “El pueblo joven”.
Escribió un segundo libro teórico ya en los ’70, “El libro del tango: arte popular de Buenos Aires”, una obra de consulta obligada aún en nuestros días. Puso letras a tangos, milongas y valses de Troilo, Armando Pontier, Osvaldo Pugliese, Raúl Garello, Horaci Salgán y otros. Fue cronista y sus textos aparecieron en una gran cantidad de medios de todo el mundo. Se decía hincha de Huracán en la Argentina y de Sporting Cristal en Uruguay, aunque no era auténticamente un futbolero.
Fue fundador y presidente hasta su final de la Academia Nacional del Tango, con la que impulsó la creación de un museo, una biblioteca y la instalación de una casa que hizo su hábitat natural en muchos años de su vida. Pero además, le gustaba ser la voz de su propia voz en los escenarios, y buena parte de las últimas representaciones de “María de Buenos Aires” lo tuvieron como relator en muchos lugares del planeta.
El año pasado, se dio otro de los grandes gustos de su vida: estrenar, como libretista, una ópera en el Teatro Colón, “Bebe Dom o La Ciudad Planeta”, con música de Mario Perusso y dirección escénica, diseño de escenografía, iluminación y vestuario de su hijo, Marcelo Perusso. En verdad, se trataba de un antiguo proyecto suyo, que cuando surgió el encargo del Colón fue puesto al día y estrenado. Así, tuvo el placer de llevar en sus oídos, ya enfermo, los aplausos del público desde el proscenio del primer coliseo.
“Niño bien y buen poeta”, una descripción que lejos estaba de pretenderse irónica o despectiva. Fue un hombre fundamental para la cultura del tango a partir de la segunda mitad del siglo XX. Fue el que le cambió las palabras a un género que arrastraba una tradición de grandes plumas. Fue un gestor permanente por la difusión del género. Fue un artista entusiasta. Hacía ya un tiempo que su salud estaba muy debilitada. La prensa y el ambiente lo sabían muy bien. Sin embargo, se mantuvo una suerte de pacto silencioso para ocultar su decadencia física, quizá con la esperanza de que se produjera el milagro de la mejoría. No fue así y lo inevitable sucedió en la tarde de ayer en el Sanatorio Güemes donde estaba internado. Una pérdida de las muy difíciles de reemplazar