Se llama Hilda Petrona Quintana Rufino, tiene 87 años y es una sobreviviente del terremoto de 1944. Actualmente vive cerca de la intersección de la Esquina Colorada, en el mismo lugar donde pasó el sismo más duro que recuerda la historia sanjuanina. Su piel arrugada revela su edad a pesar de que no exhibe ni una cana, sin embargo su memoria mantiene intacta todo lo que ocurrió aquel día.
“En aquel entonces yo tenía 14 años. Eran las nueve menos cuarto de la noche, estábamos preparando todo porque al otro día íbamos a tener una reunión familiar en casa. Yo venía caminando de la casa de una prima, con cosas que traía para la fiesta, por calle Sarmiento. Ahí empezó el movimiento, sentía que la calle saltaba debajo de mí”, contó con la voz entrecortada a Diario La Provincia.
Hilda recuerda que estaba por llegar a su casa cuando comenzó el temblor. “Empecé a correr y cuando entré a casa, llamando a gritos a mi mamá, me caí. Sentí miedo y me empecé a sentir mal. En ese momento la medianera se cayó arriba mío y unos adobes me aplastaron. Quedé debajo de ellos, pero gracias a Dios no me lastimaron, no era mi destino morir ese día”, agregó.
Además explicó que en el jardín de su casa existía un patio techado con palos y plantas de enredaderas, el cual se vino abajo durante el sismo. Su tía que en ese momento estaba ahí, quedó debajo del los palos, los cuales le fracturaron una pierna. “Mi madre atendía a su hermana que estaba herida, pero no sabía que yo estaba adelante debajo de los adobes. Hasta que en un momento me vieron y vinieron a ayudarme”, recordó.
Hilda contó que durante los días posteriores al temblor, en el ambiente había un fuerte olor a carne asada, y es que en realidad se trataba de las fogatas que armaban en distintos puntos de la ciudad para incinerar los cuerpos de las personas fallecidas, ya que gran parte del cementerio se derrumbó en el terremoto. “No pude comer asado por mucho tiempo”, lamentó.
Días después llegó de la provincia de La Rioja, uno de sus tíos que era militar, el cual trajo insumos de primera necesidad y grandes carpas, en las que vivieron unos días antes de irse de la provincia. “Con mi familia pasamos varios días en las carpas que pusimos en el patio. Teníamos miedo de entrar a la casa porque las replicas del terremoto eran fuertes, y en cualquier momento se podía caer, pese a que la vivienda no había sufrido grandes daños. Después de eso nos fuimos a La Rioja a la casa de mis tíos, y ahí estuvimos hasta mayo. Cuando volvimos, recuerdo que la ciudad se había convertido en montañas de adobe, y al llegar, un pariente había derrumbado la mitad de la casa por precaución. Era mitad adobe y mitad rancho. La desconocimos, no era nuestro hogar”, dijo Hilda.
Por último bromeó entre risas respecto a la fiesta que nunca se llevó a cabo en su casa. “La reunión y las empanadas quedaron para otra oportunidad”, finalizó.