Por Ivan Grgic

Una buena película como “Temporada de Huracanes” podía calmar la terrible sensación del poder ilimitado de las ilimitaciones de la maldad humana. El film narra una historia real en Nueva Orleans (Louisana, Estados Unidos). Un par de días antes del huracán Katrina en agosto del 2005, Al Collins se encuentra preparando su equipo de básquet de la secundaria, los Patriots de John Ehert de Marrero, para ser el campeón. Pero el huracán deja a la ciudad sumergida bajo las aguas con miles de muertos, desaparecidos y evacuados, y daños incalculables hasta la actualidad. Como una parábola de lo que sucede en la ciudad, el entrenador debe decidir entre lo ilimitado del Katrina o la ilimitada capacidad de limpiar, sanar, unir y recomenzar con un equipo de solo 6 jugadores (normalmente se necesita el doble).

La transmisión de la película por el canal Dynamis local fue un buen remedio para sanar decepciones. En esos días el ilimitado poder piquetero en Buenos Aires había tirado de un puente a un hombre que iba en moto con la urgencia de su esposa embarazada. Instantes después de ese impune desprecio por el otro, un tío de la víctima contó que tenía una pierna ortopédica que se rompió en la caída y, además, “le robaron lo que tenía: campera, plata, teléfono, le quisieron bajar los pantalones para sacarle la pierna ortopédica, ¿hasta dónde puede llegar la humillación?”.

No habían pasado muchos días desde que una pelea (¡otra más!) entre barras de Quilmes terminara con golpes casi mortales. Obviamente lo único importante posterior fue señalar a los posibles culpables políticos, entre ellos el Presidente del Club, que es también el de la Confederación Argentina de Hockey sobre Césped y senador, Aníbal Fernández (el de “la inseguridad es una sensación”). Esta noticia que se percibía con la insensibilidad de lo ya conocido, era cercana a la que daba a conocer el ajuste de cuentas con sicarios colombianos en la Ciudad de Buenos Aires y nos introducía en nuevos términos de ilimitaciones: sicarios y ajuste de cuentas entre colombianos: ¡como si no tuviésemos historia de alojar nazis y cualquier tipo de evadidos por la delincuencia y la muerte! El postre fue ver en la interminable sesión del Senado, mientras el Jefe de Gabinete debatía durante 12 horas con los legisladores, al Vicepresidente de la Nación jugando sudoku.

Einstein afirmó que “la diferencia entre la estupidez y la genialidad es que la genialidad tiene sus límites”. Mientras que las ilimitaciones de la corrupción y la maldad nunca tienen techo, preocupa la insensibilidad frente a su aumento, como si sus extremos fuesen cada vez más comunes y parezcan intensificarse. Preocupa también la desidia y omisión para tantas urgencias. Preocupa el gatopardismo que habla mucho para no cambiar nada. Preocupa la altivez que rodea las nuevas propuestas “progresistas” para el análisis y condena de delitos penales.

El huracán Katrina, como ocurrió en el terremoto del ’44, exigió la doble experiencia en el pueblo: sufrir la “maldad” ilimitada de la naturaleza y preguntarse si eso era más ilimitado que la capacidad humana de humanizar. Las ilimitaciones de la corrupción y la maldad también exigen la doble experiencia, sin la ingenuidad o el marketing de la publicidad ni el amargo pesimismo de la derrota absoluta. La historia de “Temporada de tormentas” pone en evidencia la frase de Fito Páez: “¿quién dijo que todo esta perdido? Yo vengo a ofrecer mi corazón”.

La misma Argentina que alberga las ilimitaciones de la muerte, puede ofrecer internacionalmente el orgullo del diálogo interreligioso, ese espacio que tanta guerra trajo al hombre a lo largo de los siglos. Si bien es previo a Francisco, su presencia le ha dado nuevos bríos. Es la nación siempre dispuesta a la solidaridad tanto en lo común como en lo extraordinario, tal como se volvió a mostrar en nuestra provincia en los días de lluvias interminables. Es la tierra donde el ingenio adquiere ribetes de excelencia científica si no toma los moldes de la viveza criolla. Es el lugar que acoge la defensa del medio ambiente como un valor inflexible mientras aprende a darle cabida a un verdadero desarrollo sustentable.

Nueva Orleans se convirtió en símbolo de la ilimitación del desastre y el desamparo y aún siendo considerados parias y refugiados en su propia tierra, sus ciudadanos quisieron que optar en lo ilimitado de su capacidad de recomenzar. Nuestra educación, nuestro trabajo, nuestra seguridad, nuestras familias, nuestra ciudadanía aún esperan por nuestra ilimitada grandeza.