Por: Ivan Grgic
Las personas somos en la palabra y a través de la palabra. Eso significa que hablar no es solo una posibilidad de expresar necesidades, deseos u opiniones, sino mucho más.
Ser en la palabra define las posibilidades de cada mujer y de cada hombre de cultivar su identidad en la medida que se comunica consigo mismo y con los otros. Por ejemplo, ante un disgusto que una persona nos genera podemos callar o hablar. Si callamos, nuestro interior podrá contener también silencio o una interminable discusión con uno mismo. Si hablamos, lo haremos esparciendo broncas o yendo al encuentro del otro para hacerle justicia a la verdad.
Ser a través de la palabra indica, en el ejemplo anterior, que cada uno va construyendo su identidad desde esos silencios o esas palabras dichas: no es lo mismo guardar todo o gritar franquezas, que aprender a callar o dialogar con oportunidad y de la mejor manera.
Si esta descripción es importante para cada individuo, es mucho más relevante cuando esos individuos tienen roles sociales en donde la palabra cultiva tanto su interior como a su comunidad y a aquellos que los rodean. En un gobernante, las palabras y los silencios dan significación a su persona y también a su pueblo y a los que lo escuchan. De igual modo las palabras y silencios de un periodista, un funcionario público, un empresario o un profesional destacado, tienen eco y resonancia social, posibilidades de construir o destruir.
En esos momentos el despojamiento desinteresado de sí le da tal fuerza a la palabra que asume el respeto total por el otro para adecuar su expresión. Es una experiencia cotidiana en la educación de padres y docentes, en situaciones de conflicto de pareja o en las dificultades entre amigos. Y es mucho más notable cuando un micrófono amplifica la voz.
Hace pocos días, Alfredo Leuco narró para sus oyentes radiofónicos una carta al Papa. Con una delicadeza acomodada al alejado destinatario, el periodista manifestó su disconformidad con la recepción que daría el Pontífice a la Presidente de la Argentina, aunque su real destinatario fuera su audiencia. Nada le hacía pensar a Leuco que Francisco recibiría esas palabras y le hablaría, confirmando luego ese diálogo con un correo escrito. Poco después se escucharía una segunda carta de Leuco, destinada más a sí mismo y a su público cotidiano.
El primer Leuco, el que se comunica con el Papa, muestra a quien cultiva su ser con la franqueza del disenso, el respeto por el otro y la búsqueda del bien común. El segundo Leuco, el que tiene la intención de dirigirse a su audiencia, es propio del irónico, de quien pone en evidencia una estrategia política y busca para eso el formato original de una carta. El tercer Leuco, el que vuelve a escribir públicamente, simboliza al envalentonado, como el futbolista que luego de la aclamación por una gambeta en un partido hace varias más pensando que su acierto y su fama le avalan todos sus movimientos. Son tres posibilidades de ser a través de la palabra.
Francisco, por su parte, expresa a quien escucha sabiendo que “hasta el pelo más fino produce sombra”, y se anima a repensar, a valorar la crítica y a volver a la mesa del diálogo. Aquí, ser a través de la palabra implica aquello de San Agustín: “para ustedes soy obispo; con ustedes soy cristiano”, separando las tareas y funciones del rol, de la simpleza de toda persona que no se agranda con los títulos.
Y hay algo más: si lo individual de Leuco y de Francisco brinda ejemplo para nuestro cultivo personal a través de las palabras, el diálogo entre los dos ofrece un modelo poco conocido en la Argentina, caracterizado por la franqueza de la verdad en la mesa de la respetuosa cotidianeidad. Ya conocemos la Argentina que silencia y la que murmulla sin obrar. Ya conocemos la Argentina que desprecia y ataca con sus palabras; ¡y estamos hartos! ¿Podremos cultivar el ser argentino de otra manera?