Por Ivan Grgic

Con una columna encabezada por este título, Luisa Lane ganaba el premio Pulitzer en la última versión del Hombre de Acero (2006). Obviamente su artículo tenía el despecho afectivo necesario para resolver previsiblemente el film uniendo los protagonistas.

Los cambios culturales del S. XXI trajeron aparejadas muchas novedades en tecnología, comunicación, economía, organización, etc. con sus causas/consecuencias sociales. Un aspecto fue la crisis de los grandes relatos. En ese momento las sociedades atravesaron la instancia de  dejar de creer en ideologías y en sus fundadores, entrando en un abatimiento de ilusiones que la dejaba en una especie de depresión social: nada ni nadie eran creíbles.

Sin embargo la última década nos muestra con fuerza que la necesidad humana de mirar en común el horizonte sigue en pie, y aquella vieja pregunta “¿cómo quien querés ser?” que escuchábamos los niños mantiene una íntima pero latente vida. En esos tiempos, y acorde a la sicología evolutiva, los héroes estaban en los padres y se agregaban los superhéroes de los comics norteamericanos. Patoruzito no tenía nada que hacerle al Hombre Araña, lamentablemente, pero estaba más cerca en el rango de posibilidades; hasta Condorito tenía su lugar. Obviamente los deportistas, sobre todo los de fútbol, mantuvieron los primeros lugares de preferencia. Ser como uno de ellos podía ser la razón de vida de una persona, así como Perlassi ilumina la vida de Exequiel en la inteligente y aguda novela de Sacheri, “Araoz y la verdad”.

El marketing comunicacional de los últimos años tiene una recarga mesiánica en el perfil del producto: un político, unas zapatillas, un perfume o ropa interior. A diferencia de tiempos pasados, el objeto no es el salvador pero asume brevemente ese rol: es que los humanos aún buscamos las soluciones de Superman aunque no creamos más en él. Por eso, un yogurt no es la felicidad pero nos hará flacos, una bebida no será una madre pero nos dará la unidad familiar esperada, un celular inteligente no será dios pero nos solucionará todos los problemas de la vida.

Pero, ¿qué hacer si seguimos con las cotidianas necesidades humanas y la búsqueda infantil de los héroes, mientras descreemos de los líderes y los relatos ideológicos caen por incoherencia de sus propios profetas? ¿Es que nos encontramos ante una encrucijada de sombrío apocalipsis? ¿O, tal vez, estemos siendo “obligados” a recuperar la armónica visión que admira a los héroes verdaderos pero no da el paso de creer divinamente en ellos, esa que valora todas las verdades sin exclusión de ninguna, la que recapacita sobre la propia valía sin soberbias ni autoreferencialidades mentirosas, la que ensalza la grandeza de toda tarea en comunión?

Cada vez más se presenta el tema del liderazgo como una necesidad a desarrollar convenientemente. Ser líder es parte del perfil de todo gerente, más aún, de cada uno de los miembros de un equipo de trabajo. La imagen de Mandela, Lincoln o el mismo Pep Guardiola es trabajada de muchas maneras para su imitación. Sin embargo, se busca destilar lo mejor de su estilo, obra y palabras evitando cualquier endiosamiento. Por otro lado, el papa Francisco muestra un claro ejercicio de su misión desde la simpleza, que suele contraponerse con cierta idologización de su figura.

Simultáneamente otros líderes buscan el perfil de “Superman” como si tuvieran un poder omnipotente, un saber infinito y el querer de un absoluto desinterés. Ese ejercicio genera a la par una especie de absorción en la gente de la capacidad de crecer, de ser libres y vivir en la autonomía de su propio potencial. La razón radica en que van recibiendo un mensaje permanente de ser inútiles e incapaces, sin la voluntad de crecer: obvio, si la gente tiene a Superman puede relajarse en su burgués pobreza.

Los primeros desafíos de la Europa de postguerra no fueron los económicos, sino los de la conciencia, aquellos que equilibraban la admiración de sus héroes olvidándose de Superman, considerando sus defectos sin tratarlos como el famoso “rey desnudo” a quien nadie le decía la verdad. La verdad de sí, a su vez, es la que se construye con la verdad del nosotros, como el ejemplo del norte de Italia, donde los pequeños grupos de producción fueron uniéndose y trabajan así hasta el día de hoy.

El mundo necesita héroes empezando por papá y mamá, porque nos dan la posibilidad de admirar sus valores y de aceptar sus humanas carencias, sabiendo que nos aman de verdad. Pero no necesita a Superman.