El Obispo Auxiliar de San Juan, Gustavo Larrazábal, encabezó la celebración tradicional del Solemne Tedeum en la Iglesia Catedral junto al gobernador de San Juan Marcelo Orrego, el vicegobernador Fabián Martín, funcionarios provinciales y ciudadanos. El mensaje de Larrazábal estuvo centrado en la importancia de la paz y de la escucha activa como herramientas necesarias para la construcción de la sociedad.
Te Deum del 25 de Mayo de 2025
La Palabra de Dios que acabamos de escuchar en este día en el que los argentinos celebramos la Revolución de mayo, nos recuerda que la paz que Jesús ofrece puede ser una fuente de inspiración para construir una sociedad más unida y justa.
“La paz les dejo, mi paz les doy; no como la da el mundo. Que no se turbe el corazón de ustedes ni se acobarde. (Jn 14, 27).
Sin duda que la paz es el deseo profundo que anida en el corazón de Dios y de todo ser humano, creyente o no. La paz no viene sola, como regalo caído del cielo. Se logra, se trabaja, se pide al Señor de los corazones. Es don y tarea a la vez.
Este mundo desea la paz, pero una y otra vez se le escapa entre las manos, y parece que ya nos hemos conformado con vivir en medio de una “tensa calma”. Pero es importante notar que el momento en que el Señor prometió a sus discípulos la paz, no era mejor. El mismo iba a morir en unas horas clavado en la cruz, y sus discípulos quedarían solos, desconcertados, abatidos, y probablemente temiendo por sus vidas. ¿Cómo podía hablarles el Señor de paz, cuando una vez más ésta iba a ser socavada y destruida?
Si vamos a hablar de la paz, en primer lugar, debemos clarificar a qué tipo de paz se refería el Señor, que, al fin y al cabo, es la verdadera paz.
Para nosotros la paz podría ser descrita como la ausencia de problemas, la liberación de las presiones, tener abundancia de lo que necesitamos, disfrutar de comodidad y tranquilidad, tener seguridad y estabilidad en medio de las circunstancias difíciles…
¿Era a este tipo de paz a la que el Señor se refería? Parece evidente que no.
La paz es el regalo que Jesús nos deja. “La paz les dejo…” (Jn 14, 27). Pero notemos que la paz de Dios es bien diferente de la del mundo.
No basta con ausencia de litigios; es mucho más, es el don del Espíritu que ensancha los corazones ajenos a toda forma de violencia.
Hay ideologías, reacciones emotivas y símbolos que legitiman tanto la violencia verbal como la armada. Ya lo dijo al iniciar su ministerio el Papa León XIV: “Desarmemos las palabras y contribuiremos a desarmar la Tierra. Una comunicación “desarmada y desarmante nos permite compartir una visión diferente del mundo y actuar de un modo coherente con nuestra dignidad humana”.
Desde la perspectiva del Señor, su paz tiene que ver con la situación de la persona que disfruta de una buena relación con Dios en cualquier circunstancia de la vida. Es una paz basada en el conocimiento íntimo de Dios, un Dios omnipotente que está en el control de todas las cosas, un Dios sabio que nos ama y cuida en cada instante de nuestras vidas. Sólo la fe que descansa en un Dios así puede producir una paz que está por encima de todas las circunstancias adversas de la vida.
Es lógico que existan diferentes miradas ante la realidad. No sólo ante los diagnósticos sino también ante las posibles soluciones. Lo escuchamos hoy en la primera lectura de los Hechos de los Apóstoles: Pablo y Bernabé insistían en que no se necesitaba la circuncisión para ser luego bautizado. Bastaba la fe en Jesucristo Salvador, y vivir en sintonía. Y resolvieron las diferencias en el diálogo fraterno, aportando las mejores razones de todos, escuchando con “Escucha activa”, las miradas de todos.
Así debe (debería) ser el camino que hemos de transitar entre nosotros. Tenemos varios ejemplos.
También nuestros próceres, pro hombres en la Semana de Mayo de 1810, dieron forma y entendieron que la libertad no se conseguía sin el pueblo, y sin la escucha del grito de libertad e independencia que el mismo pueblo anhelaba.
Distantes en el tiempo, nosotros los argentinos hemos de darnos cuenta que no puede haber diálogo con violencia, porque ésta no posee lógica. No puede haber connivencia con la injusticia, porque ésta empobrece al vulnerable. No hay lugar para la indiferencia, porque ésta mata. No hay trato con la Trata de personas, porque mancha la dignidad humana.
La paz es, por tanto, un don de Dios, pero se convierte también en tarea humana, a la que está asociada una bienaventuranza de Jesús: “Felices los que construyen la paz, porque serán llamados hijos de Dios” (Mt 5, 9). Recordemos el título de la encíclica Pacem in terris, de Juan XXIII. Allí el Papa no habla de la pax in coelis. Sin duda llegará la paz del cielo, pero para quien haya sembrado semillas de justicia y paz aquí. Porque siempre la paz será fruto maduro de la justicia cotidiana.
El recordado Papa Francisco nos decía: “Sólo la paz que nace del amor fraterno y desinteresado puede ayudarnos a superar las crisis personales, sociales y mundiales”. (Francisco, Mensaje para el a Jornada Mundial de la Paz, 2023).
Quiera Dios y la Virgen Madre de Luján que, en este contexto de celebración nacional, es importante recordar que la paz no solo se busca en la estabilidad del país, sino también en la tranquilidad de cada persona, que la promesa de paz de Jesús nos da esperanzas incluso en medio de las dificultades, recordándonos que no estamos solos, que la paz de Cristo no es una paz pasiva, sino una fuerza que nos impulsa a actuar con amor y justicia.
Configuremos nuestro interior con propósitos genuinos de forjar la Patria Grande, la que soñaron nuestros próceres, la que debemos a la gente y a los que vendrán después de nosotros.