Una casa “enorme” con dos cocinas, otra casa “enterrada” y hasta una pequeña capilla que alguna vez tuvo a gente orando allí. Así es el escenario que un grupo de investigadores de la Universidad Nacional de San Juan, USNJ, descubrió en Iglesia. La zona, al que algunos le llaman paraje Los Quillay por la presencia de este árbol en el lugar, tiene una gran riqueza histórica y cultural.
El equipo de investigadoras pertenece a la Facultad de Arquitectura, Urbanismo y Diseño y el hallazgo forma parte del proyecto de beca de doctorado de Ivone Quispe. Este último se enmarca también en la línea de investigación que vienen realizando desde hace diez años, profesionales de dicha casa de altos estudios, centrada en la relación indivisible entre las prácticas sociales, las formas de habitar y sus conformaciones físico-espaciales.
En un paraje cercano a Malimán, sobre la margen este del río Blanco, descubrieron un conjunto de viviendas abandonadas que datan, según los primeros indicios, de principios del siglo XX. Las casas, hoy en ruinas pero con vestigios claramente visibles, habrían estado habitadas hasta mediados o fines de la década de 1980.
Una red de casas ocultas entre la vegetación
“Esto ha sido como una sorpresa, como un descubrir”, contó Ivone Quispe a Diario La Provincia SJ. Fue en uno de sus tantos recorridos por Malimán y sus alrededores que, al cruzar el río Blanco por el puente de Angualasto, dieron con una red de cinco casas interconectadas entre sí, una al lado de la otra, construidas en tapial y adobe, con espacios bien definidos y una escala que llama la atención.
“Por las características, por las dimensiones, por la escala, hay una que profundamente llama la atención, que tiene una capilla también, que está bastante en buen estado, y además tienen corrales, tienen sus parcelas agrícolas. Todas están abandonadas, y las dimensiones son las llamativas. Son bien grandes”, explicó Ivone.
Entre las viviendas, destaca la que incluye la capilla, con altar y detalles constructivos que evidencian un nivel de sofisticación poco común para la zona. Además, la casa se articula con un canal de riego que fue desviado para pasar por el medio de la propiedad, lo que habla de una planificación cuidadosa. “Eso nos indica que no era una vivienda de mera supervivencia, sino que había una economía que permitía ciertos lujos”, agregó la arquitecta Marisol Vedia, co-directora del proyecto, quien viene relevando desde hace años la zona norte de Iglesia, que incluye parajes como Angualasto, Colanguil, Malimán y Buena Esperanza.
Testimonios, prácticas sociales y huellas materiales
La línea de investigación que desarrollan se basa en la relación entre las formas de habitar y las prácticas sociales del pasado. “El norte de Iglesia sostiene una población de alrededor de 200 personas distribuidas entre varios parajes interdependientes. La mayoría son adultos mayores, por lo que muchas formas de habitar han desaparecido y solo sobreviven en los relatos”, explicó Vedia.
Esos relatos orales fueron clave para descubrir estas viviendas en Los Quillay, una zona que toma su nombre de la vegetación predominante, aunque aún no está oficialmente cartografiada. “En las entrevistas, los pobladores mencionaban ‘las casitas que están allá enfrente’, y fue así como empezamos a seguir esas huellas”, agregó Quispe.
En una de las casas encontraron almanaques de 1987, lo que confirma que al menos hasta esa fecha fueron habitadas. Otra tiene dos cocinas con fogones, lo que sugiere que podían convivir varios núcleos familiares o incluso trabajadores temporarios. Por la altura de los muros, creen que parte de las casas está enterrada bajo el sedimento.
Una oportunidad para reconstruir la memoria y revitalizar el patrimonio
Cada casona tiene una singularidad. Algunas con corrales, otras con parcelas agrícolas, techos caídos, pero muchas con elementos constructivos bien conservados. En la que llamaron “La de la Capilla” se observa una estructura de columnas y madera cuidadosamente encajada. Otra, conocida como “Las Terrazas”, parece excavada en una barranca, lo que abre nuevas hipótesis sobre su diseño y funcionalidad.
“Queremos volver, hablar con descendientes de las familias que vivieron ahí, y seguir reconstruyendo las prácticas sociales de esas épocas”, afirmaron las investigadoras. Este trabajo es una oportunidad para revitalizar el patrimonio arquitectónico rural de San Juan y poner en valor memorias casi olvidadas.
Lo que comenzó como una caminata más de relevamiento terminó siendo un hallazgo de enorme valor histórico, arquitectónico y antropológico. Un descubrimiento que no solo permite conocer cómo se vivía en Iglesia a comienzos del siglo XX, sino también cómo el territorio, la cultura y la arquitectura se entrelazan en la identidad profunda del pueblo sanjuanino.