Violeta Pérez Lobos, una transgresora para su época, dejó una huella imborrable en la provincia de San Juan a través de la danza. Su enseñanza dejó un profundo recuerdo en una generación completa de profesionales que hoy ejercen, desde diferentes ámbitos, actividades relacionadas con el cuerpo y el movimiento.
Dos de sus estudiantes, Ana Sánchez y Sofía Spollansky, recordaron la experiencia de aprendizaje que construyeron tras muchos años bajo su tutela. Y aunque sus caminos tomaron nuevos rumbos, hoy, 28 de febrero, Día del Bailarín, recordaron y repasaron las vivencias de una época floreciente para la actividad artística en San Juan.
“Yo tenía adoración por Juan Carlos Abraham y admiración por la bailarina que lo secundaba Violeta Pérez Lobos, que era su mano derecha”, recordó Ana Sánchez sobre sus comienzos, cuando apenas tenía seis años.
Había una renovación en la provincia de San Juan tras el terremoto del 77, en el que varios edificios habían sufrido por el movimiento sísmico. Ana ya había comenzado a bailar por recomendación médica debido a un problema ortopédico en las piernas, hiperlaxitud.
La había visto por primera vez en Canal 8, en un programa que compartía con Juan Carlos Abraham y con Oscar Kumel. “Comencé a estudiar en el Estudio Coreográfico Argentino sin saber que era de Violeta y Juan Carlos”, contó. Al respecto agregó, “estudiaba danza moderna y contemporánea con muy poca base de danza clásica en el estudio de ellos dos”.
La admiración creció con el tiempo y, a su vez, su pasión por el baile. “A medida que iba creciendo me proponían más coreografías, yo tenía clases a las 6 de la tarde y me iba al estudio a las tres y media a ver todas las clases y veía cómo Violeta bailaba”.
“Para mí el baile era todo, la escuela estaba en segundo plano”, dijo sin dudar. Un momento clave fue cuando Ana es elegida por Abraham para reponer bailarines para el estreno de Carmina Burana con el Ballet del Estudio Coreográfico Argentino, cuya trama relata un amor, con Violeta Pérez Lobos y Juan Carlos Abraham encarnando esa pasión, “una fascinación absoluta”, expresó.
Un momento duro para Ana fue cuando, luego de que el estudio se trasladara al Polideportivo La Bancaria, con la muerte de Abraham en el sur para la apertura de una academia estatal, con quien tuvo una breve formación. “Fue un antes y un después, un shock. Violeta tomó las riendas del estudio, que se llamó Juan Carlos Abraham, y luego se trasladó a calle Rivadavia, antes de Estados Unidos y Patricias Sanjuaninas, de nuevo con el nombre Estudio Coreográfico Argentino, del año 89 al 96”, recordó.
Ana comenzó desde los 16 años a trabajar de profesora a pedido de Violeta con gente del GET Institut, que ahora es el Instituto Alemán, cuando las Alemanias estaban divididas. Un año después, Ana se recibió de profesora de danza.
En el año 90, Violeta estrena un ballet, la historia de Stravinsky con Petrushka, la historia de un titiritero itinerante que va con su carruaje con tres muñecos, protagonizada por Ana. A esto le siguió otra obra del mismo autor, “La consagración de la primavera”, con hombres, mujeres y una hechicera, a quien le dio vida también Ana.
En el 94, comenzó una nueva carrera como maestra jardinera y dejó el Estudio Coreográfico Argentino, luego de hacer el réquiem de Mozart, La flauta mágica en las escuelas, con concierto en Fa. Finalmente, en el 96, Violeta monta la ópera de Piazzolla y Ana baila María de Buenos Aires como uno de los personajes principales en lo que fue una de sus últimas acciones acompañándola.
“Empiezo como artista dentro de la danza independiente en otro estudio trabajando con Valentina Fusari, mi maestra hasta el día de hoy”, dijo y agregó, “luego doy con gente del teatro, actúo, soy asistente de teatro, también tengo una sala. Empezamos a trabajar con Sofía Spoliansky, que también sale de este estudio, cosechando muchos frutos y metiéndonos en el Instituto Nacional de Teatro”.
A partir de ahí empezó Sofía desde el 2004 trabajando en el Estudio Pavlova y en otros estudios más chicos. “En el 2004 me buscan ex alumnas y comienzo con mi taller de danza contemporánea de forma ininterrumpida, haciendo festivales con reconocimientos y premios. En el 2013 me pongo un espacio, Amalgama Espacio Recreativo y Artístico, y migro en el 2017 al lugar en el que estoy ahora”, finalizó.
Sofía Spollansky (55) por su parte expresó, “Violeta fue una persona que marcó mi vida al haber sido parte de mi infancia y mi adolescencia”. Al respecto agregó, “elegir el camino de la danza seguramente está relacionado con habérmela encontrado en la vida, que me hizo elegir ese destino. Fue una maestra en mi vida y un referente”.
Pero la historia de Sofía en la danza comienza antes, en otro estudio. “El negocio de mi papá estaba cerca del estudio de Inés Pérez Olivera, nosotros salíamos de la escuela Antonio Torres, mientras lo esperábamos íbamos a la esquina a jugar y veíamos a las nenas haciendo danza”, relató.
Tras el terremoto del 77, ambas volvieron a la actividad, en el estudio donde estaba Violeta. “Tenía una propuesta diferente, única en ese momento en San Juan, porque era danza contemporánea y se bailaba de otra manera, con otras necesidades y motivaciones”, dijo y agregó, “hablaba de libertad, se bailaba descalza, los vestuarios eran simples, no eran caros ni estrafalarios o recargados como la danza clásica”.
“Ella era una mujer rebelde, adelantada a su época, su manera de bailar era muy ‘alada’, muy liviana”, describió. “Nosotros como niñas lo veíamos y tratábamos de copiar, no pesaba en el escenario, es una habilidad que se logra con ciertas cuestiones musculares pero además energéticas, era lo más profundo en su manera de bailar”, completó.
Allí estuvieron ambas toda la primaria y la secundaria. A los 16, con la necesidad de formarse profundamente, Sofía volvió a su primera formadora, Inés Pérez Olivera, en forma simultánea aprendía con Violeta Pérez Lobos.
Al terminar la escuela, su hermana fue por otro camino y Sofía se arribó en Buenos Aires con los pies inquietos por aprender. “Fue una infancia y una juventud muy sana en lo familiar y en la danza”.
Una revelación cambió su visión y le dio un giro a la actividad y ahora enseña pilates en su estudio, “de grande descubro que bailar desde chica te da habilidades”, pero, revelada con la dureza de la danza clásica sobre los cuerpos hegemónicos y de que si no empezás de chico no podés, celebró: “por suerte eso está descartado ahora”.
Sofía eligió el camino de la danza independiente, alejada de las estructuras rígidas y de los academicismos. “El primer taller de danza contemporánea de San Juan fue mío en 1995”. Después de haber estudiado en Buenos Aires y en Córdoba tenía la necesidad de hacer algo en San Juan cuando solo había formaciones de salsa y folclore.
Así fue durante años haciendo muestras en las salas alternativas de la época y formó parte del inicio de la emblemática sala El Avispero. “Por la necesidad de que a través de mi lenguaje corporal llegara más gente, tuve un acercamiento a otra actividad y hoy tengo un estudio de pilates preformer”, contó Sofía u cerró: “me dio la posibilidad de transmitir lo que hacía y sabía a cualquier persona, entre ellos bailarines”.