Por monseñor Jorge Eduardo Lozano (*)
No nacimos para la soledad, sino para la comunión. Nos gusta encontrarnos con amigos, salir a pasear, visitarnos. En este tiempo en el cual tenemos temperaturas más agradables nos da para ir con ellos al parque, la plaza, el río, la montaña, o lo que tengamos más a mano. 
Pero la familia es insustituible en sus vínculos que nos ayudan a crecer y desarrollarnos como personas. Nacer, crecer, estimular, comprender, dar y recibir ternura, abrazar, besar, consolar… y tantas cosas más las experimentamos en el hogar como en una verdadera escuela de amor. Cuando estos gestos están se disfrutan, y cuando no se tienen queda como un vacío en el alma que puede derivar en amargura y tristeza.
 
Esas dimensiones de la persona son fundamentales, o mejor dicho, fundantes del porvenir. Se nota la diferencia. Nos dice Francisco: “Recordemos que un verdadero amor sabe también recibir del otro, es capaz de aceptarse vulnerable y necesitado, no renuncia a acoger con sincera y feliz gratitud las expresiones corpóreas del amor en la caricia, el abrazo, el beso y la unión sexual”. (AL 157) No somos autosuficientes, experimentamos junto con la fragilidad la necesidad que tenemos de la cercanía de los demás.
 
En la familia aprendemos a dialogar, a cuidar a los más frágiles, a decir la verdad, a amar y perdonar. Aun en medio de graves dificultades, la familia sigue siendo valorada como lugar para compartir alegrías y dificultades. 
 
Sin embargo, hoy sufre los embates del egoísmo, la soberbia, el hedonismo, la falta de diálogo… De esta manera hay muchos chicos que no son alentados o estimulados. “El sentimiento de orfandad que viven hoy muchos niños y jóvenes es más profundo de lo que pensamos.” (AL 173). Además, hay gran cantidad de ancianos abandonados, poco visitados, o que no cuentan con asistencia adecuada de salud. Debemos cuidar las dos puntas de la vida.
 
Las familias más pobres que viven en condiciones de hacinamiento no cuentan con espacio para un desarrollo digno. Los adolescentes y jóvenes –a veces hijos de parejas anteriores– no se sienten cómodos y están más en la esquina que en casa, en ocasiones siendo víctimas del narcotráfico. Una cadena perniciosa busca atraparlos: aburrimiento, droga, deuda, delito…
Fortalecer la familia es asegurar el futuro de la sociedad. El domingo que viene celebramos el día de la madre. Pensemos en un beso, un abrazo de gratitud, una oración si está en el cielo. 
También Octubre es el mes de las misiones. Somos llamados para rezar, crecer en conciencia de la vocación misionera de todos los bautizados, y colaboramos con nuestro aporte económico para sostener la presencia de la Iglesia y la predicación del Evangelio en tierras lejanas.
Con el lema “Sal de tu Tierra” se busca suscitar la reflexión y el compromiso. El Papa nos empuja para que seamos “Iglesia en salida”, “Iglesia en la calle”. Cada comunidad cristiana tiene la misión en su ADN. Debemos proponernos llegar a las periferias geográficas y existenciales en las que se encuentran tantos hermanos nuestros. 
 
Que Jesús sea conocido, seguido y amado no es responsabilidad única del Papa y los obispos. Todos tenemos esa vocación. Jesús envió a los discípulos: “Vayan por todo el mundo y anuncien el Evangelio a toda la creación” (Mc. 16, 15). Y ese mismo mandato continúa resonando hoy en todos nosotros. Hay muchos laicos, religiosos, consagradas, sacerdotes, que entregan su vida a la misión. Incluso familias misioneras que van a diversos lugares del país y del exterior a compartir la alegría de la fe. 
 
En todos ellos vamos también nosotros. 
 
La misión es universal y la vocación llega también a todos. “En virtud del Bautismo recibido, cada miembro del Pueblo de Dios se ha convertido en discípulo misionero (cf. Mt 28,19). Cada uno de los bautizados, cualquiera que sea su función en la Iglesia y el grado de ilustración de su fe, es un agente evangelizador, y sería inadecuado pensar en un esquema de evangelización llevado adelante por actores calificados donde el resto del pueblo fiel sea sólo receptivo de sus acciones.” (EG 120)
 
Francisco nos da el ejemplo privilegiando en sus viajes al África y Asia para dar testimonio allí de la fe cristiana. Él va. Él llega y consuela. Él predica con gestos y palabras. 
 
El jueves 6 de octubre, organizada por Comisión Nacional de la Pastoral de Adicciones y Drogadependencia, se celebró en San Cayetano de Liniers en Buenos Aires, una misa en recuerdo del padre Juan Viroche, quien murió en circunstancias que aún se investigan y que trabajaba fuertemente y con compromiso público en favor de la vida amenazada por la droga a la par que denunciaba a las narcomafias que promueven su venta y consumo en el seno de su comunidad en La Florida, provincia de Tucumán. Dijo en su homilía monseñor Fernando Maletti a modo de interpelación colectiva: “Esta muerte nos plantea a cada uno de nosotros qué hacemos y qué hicimos, y qué estamos haciendo y dejando de hacer por los demás”. Recemos para que se conmuevan los corazones de piedra de quienes corrompen a nuestros chicos y que todos nosotros, en nuestra Argentina, valoremos concretamente las vidas de los jóvenes, su dignidad, su cuidado, dando respuestas a sus necesidades ahí, donde y cuando nos reclamen como adultos responsables.
 
El domingo próximo es la misa de canonización de nuestro querido Cura Brochero, un misionero de alma. Unamos nuestra oración a la del Papa. 
(*) Monseñor Jorge Eduardo Lozano es obispo de Gualeguaychú, presidente de la Comisión Episcopal de Pastoral Social y arzobispo coadjutor electo de San Juan de Cuyo.